viernes, 12 de marzo de 2010

El rincón del pobre poeta (1)

La noche se entrega a su ciclo eterno
Reclamando horas sin luz y sin dueño
Mañana el silencio volverá a estar roto
Pero ahora, su tiempo, será sólo nuestro...

Palabras malditas

Qué siniestra llega a ser la vida de algunas palabras. Qué triste su destino.

Nacidas con vocación de concordia y benevolencia, el procaz abuso interesado a que son sometidas acaba por convertirlas en instrumentos de ofensa. Armas arrojadizas contra quienquiera que se atreva a mostrar el más mínimo signo de discordia.

Una de esas palabras (quizá no la más importante, pero sí muy significativa) es, a mi entender, "tolerancia".

Nada hay en su génesis ni en su esencia que permita asociarle ningún aspecto negativo; sin embargo el resultado de su constante e irreflexiva aplicación la han hecho tan hostil como peligrosa.

Todo comenzó en el momento en que se admitió tolerar lo intolerable. Cuando pasamos, como en un balancín, de la absurda represión al marasmo de la indiferencia social frente a la agresión ajena.

Para esta triste metamorfosis de la tolerancia fue necesario extirpar de su contenido semántico el mayor de sus tesoros, el "respeto".

Basta el simple ejercicio de reflexionar sobre las actitudes que exigen ser toleradas, y enfrentarse a las que carecen de respeto por aquellos a quienes reclaman dicha tolerancia.

Quienes vociferan a las cuatro de la madrugada y llaman "intolerantes" a quienes les recriminan.

Quienes se arrogan la verdad absoluta y claman por la "tolerancia" para cubrir a las mujeres con un burka.

Seguro que cada cual conocerá ejemplos de su propia cosecha para ilustrarlo.

Ojalá se pueda recuperar esa preciosa palabra con todo su contenido: Tolerancia cero para la falta de respeto.

Diego Díaz.

A quien pueda interesar...

...que serán pocos.

Y lo serán porque lo que pretendo exponer aquí no es más que las suma de mis reflexiones personales. Esas que día a día llenan los vacíos del diálogo interior.

Desde la torpeza (la propia y la ajena), desde la ilusión, desde el frío razonamiento lógico y desde la respuesta visceral y emocionada. Lo que quiera decir, lo que crea que debe ser dicho y lo que muchos crean que debería callarse.

No pretendo imitar a Delibes, cuya pérdida lamentamos hoy; sólo intento dejar de silenciar lo que antes no tuve oportunidad de decir.

Escribir, escribir siempre, escribirlo todo, y esperar a tu voz. La voz de quien lo lea. Esa que será en última instancia la que le dé forma a lo escrito y convierta en auténticas palabras lo que sólo son garabatos en negro sobre blanco.

Será tu voz la que devolverá el tono, el énfasis, las pausas... la que tornará texto en lenguaje. A veces susurro, a veces grito.

Así pues, en vuestras voces queda, lectores, llevar mis palabras al jardín de la belleza, o hundirlas en las sombras de la miseria literaria.

Con afecto y gratitud por el tiempo dedicado.

Diego Díaz.